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Big Daddy
PostPosted: Tue Dec 11, 2007 6:46 pm  Reply with quote
Captain
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MALARIA, CAOS EN LA SANGRE
Por: Michael Finkel, Hugh K. Truslow
Artículo condensado de la revista Nacional Geographic en Español . Julio de 2007

En África, cerca de 3,000 niños mueren diariamente por causa de la malaria (uno cada 30 segundos).
Los monzones y los deficientes drenajes hacen que prospere la malaria en áreas urbanas de la India.
En la Amazonia peruana, los casos de malaria llegan a casi 120,000 por año.

Erradicada desde hace medio siglo de las zonas templadas, como del sur de Europa, la malaria sigue arraigada en las tierras bajas tropicales y húmedas de Sudamérica, África y Asia. Una cepa menos peligrosa –vivax- se encuentra principalmente en Sudamérica y Asia. La más mortífera –falciparum- afecta a los habitantes de las tres regiones. En África subsahariana ocurre el 90% de las muertes por malaria.

Empieza con una picadura, una picadura indolora. El mosquito aparece en las noches, se posa sobre una zona de piel expuesta y adopta la postura encorvada de un velocista en los tacos de salida, con la cabeza agachada. Después, inserta sus partes bucales en forma de estilete. El mosquito tiene patas largas y delgadas como filamentos y alas moteadas; pertenece al género Anopheles, y es el único insecto portador del parásito que produce la malaria en los seres humanos. Se trata de la hembra. En efecto, a los machos no les interesa la sangre, mientras que las hembras dependen de la hemoglobina, rica en proteínas, para nutrir sus huevos.
El mosquito hembra perfora la dermis, después una delgada capa de grasa, y continúa hacia la red de microcapilares repletos de sangre. Entonces comienza a beber.

Para inhibir la coagulación de la sangre, el mosquito lubrica el área de la picadura rociándola con saliva. Entonces sucede. Las glándulas salivales del mosquito portan unas diminutas criaturas en forma de gusano que entran en el cuerpo con el chorro lubricante. Conocidos como plasmodios, son los parásitos unicelulares que causan la malaria. Cincuenta mil de ellos podrían nadar en una piscina del tamaño del punto al final de esta oración. Normalmente un par de docenas se desliza hacia el torrente sanguíneo. Pero se requiere sólo uno, un plasmodio basta para matar a una persona.
Los parásitos permanecen en el torrente sanguíneo por sólo unos minutos; viajan por el aparato circulatorio hasta el hígado. Ahí se detienen. Los plasmodios se introducen en las células del hígado. Y transcurren una o dos semanas sin que existan signos manifiestos de la catástrofe que está a punto de ocurrirle al cuerpo contagiado.

Dentro de estas células , los parásitos de la malaria se alimentan y multiplican. Lo hacen de manera ininterrumpida durante aproximadamente una semana, hasta que los contenidos originales de la célula han sido digeridos por completo. La célula entonces rebosa de parásitos, como una lata de sopa echada a perder. Cada uno de los Falcioparum que entró al cuerpo se ha replicado 40,000 veces.

Las células estallan. Pero en 30 segundos, los parásitos entran de nuevo al alojamiento seguro que les brindan las células; esta vez, optan por introducirse en los glóbulos rojos, propagándose por el sistema circulatorio. Durante los dos días siguientes, los parásitos siguen devorando y proliferando con sigilo. Después de consumir las células invadidas, nuevamente las hacen estallar, y una vez más reina el caos en la sangre.
Por primera ocasión, el cuerpo se percata que ha sido vulnerado. Los dolores, musculares y de cabeza, son los signos de que el sistema inmunitario se ha activado. Pero si es el primer brote de malaria de la víctima, la respuesta inmunitaria es prácticamente ineficaz. Ahora, la temperatura interna empieza a aumentar a medida que el organismo intenta eliminar a los invasores. El afectado comienza a tiritar (las vibraciones de los músculos generan calor). A este cuadro le siguen la fiebre intensa y copiosas sudoraciones. Escalofríos, fiebre, sudor: los síntomas distintivos de la enfermedad. Sin embargo, el crecimiento exponencial del parásito continúa y, tras unos ciclos más, hay miles de millones de parásitos bullendo en la sangre.

En esta etapa, la fiebre alcanza su máxima intensidad. El cuerpo está prácticamente hirviendo – hace lo que sea necesario para suspender el ataque -. Pero es un esfuerzo en vano. Los parásitos son incluso capaces de adueñarse de los glóbulos sanguíneos para asegurar su supervivencia. En algunos casos de falciparum, las células infectadas desarrollan protuberancias sobre su superficie (como una especie de velero) y, cuando pasan por los capilares del cerebro, se adhieren a los lados, con lo cual evitan ser eliminadas por el bazo, órgano que limpia la sangre destruyendo células anómalas. De algún modo –nadie conoce con certeza el proceso-, la adherencia también hace que el cerebro se inflame. La infección se convierte entonces en malaria cerebral, la manifestación más temida de esa enfermedad.

Es entonces cuando el cuerpo comienza a colapsarse. Los parásitos han destruido tantos glóbulos rojos , portadores de oxígeno, que quedan muy pocos para mantener las funciones vitales. Los pulmones luchan por respirar y el corazón se esfuerza por bombear; la sangre se torna ácida y las células del cerebro mueren. La persona lucha, se convulsiona, y finalmente cae en coma.

Existen cuatro clases de parásitos de esta enfermedad que pueden infectar a los seres humanos, pero el más virulento es, con mucho, el Plasmodium falciparum, el cual causa alrededor de la mitad de malaria y 95% de las muertes de esta mal por todo el mundo. Es la única forma de malaria que puede atacar al cerebro y con extrema rapidez: Un joven africano puede estar feliz jugando fútbol por la mañana y morir a causa de este parásito esa misma noche.

Más virulenta que nunca, la malaria amenaza a la mitad de la población del planeta. Es un mal endémico en 106 naciones.

Cuando de malaria se trata, sólo hay una cosa segura; en gran parte del mundo, todas las noches, en la temporada de lluvias, los mosquitos Anopheles alzan el vuelo, alertas al olor y calor de las criaturas vivientes. Un Anopheles hembra necesita beber sangre cada tres días. En una sola toma, que puede durar hasta 10 minutos, la hembra puede ingerir alrededor de dos veces y media su peso; en términos humanos, el equivalente a tomarse una malteada del tamaño de una bañera.

Si por casualidad se alimenta de una persona infectada con malaria, los parásitos acompañarán la sangre que bebe. Dos semanas más tarde, cuando el mosquito hembra entre por la ventana abierta de una cabaña de barro, buscando su próxima comida, estará “cargado”. Dentro de la cabaña, una niña duerme con su hermana y sus padres sobre una manta extendida en el piso. La familia está consciente de la amenaza que representa la malaria; conocen los peligros de la temporada de lluvias. Han colocado un mosquitero de cama que cuelga del techo. Pero es una noche húmeda y calurosa, y la niña se agita y voltea algunas veces antes de volverse a dormir. Tiene un pie fuera del mosquitero. El mosquito lo detecta, y desciende para hacer un aterrizaje silencioso.
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